miércoles, 27 de mayo de 2009

Actividad del parcial

OBJETIVO
Explicar gráficamente los principales supuestos de la teoría heliolítica.
MATERIALES
  • Una ampliación del un mapa planisferio de doble carta.
  • Colores: verde, rojo, morado y pistache, .
  • Marcadores: verde, rojo, morado y pistache.
  • Diurex o similar.
METODOLOGÍA
Pónganse de acuerdo entre todos ustedes y compren un mapa planisferio grande (doble carta), coloreen la imagen de manera similar al planisferio que está dentro de la teoría difusionista en el nuevo blog de la materia.
Coloreen las zonas que se marcan en verde, rojo y pistache, y con el marcador marquen el perímetro que delimita cada zona.
Cuando hayan acabado, lleven el planisferio a ampliar al tamaño de una hoja de papel para rotafolio (papel bond), lo pueden llevar a lugares como Office Depot, Office Max o cualquier otra papelería que tenga ese servicio.
Cuando hayan concluido con el examen y mientras los califico, en orden y respetando los trabajos de otros grupos, colocarán el mapa en el fondo del salón.
EVALUACIÓN
Sí el trabajo está mal hecho y no cumple con los requisitos que se te solicitan, no les coloco la evaluación correspondiente.

Tarea de la teoría heliolítica

LAS INSTRUCCIONES SON LAS MISMAS QUE EN EL CUESTIONARIO DE LA TEORÍA DIFUSIONISTA.

1. ¿Qué es la ciencia hermética?

2. ¿En qué figura se centra la teoría heliolítica como factor del origen de las civilizaciones?

3. ¿Qué ciencia de la naturaleza tuvo su origen en la alquimia?

Tarea de la teoría difusionista

Buenos días, les envío la preguntas del cuestionario de la teoría difusionista.

INSTRUCCIONES: contesta las siguientes preguntas, copia y pégalas en tú webmail y mándamelos a mi correo, NO ME MANDES TÚ TAREA EN ARCHIVO DE WORD.

NOTA: LA TAREA ES PARA EL PRÓXIMO MIÉRCOLES, POR LO MISMO, SOLO TE RECIBO LA TAREA HASTA EL PRÓXIMO SÁBADO 30 A LAS 12:00 P.M.

1. ¿Cuál es el origen de la teoría difusionista?


2. ¿Quién es uno de los padres de la teoría difusionista?

3. ¿Qué escuela psicológica influyó el desarrollo del difusionismo?

4. ¿Sobre qué cultura antigua se pensó que se desarrolló la primera civilización?

5. ¿En qué consiste el relieve de Palenque?

lunes, 25 de mayo de 2009

Tarea de indigenismo...

INSTRUCCIONES: lee con atención el texto "indigenismo" de Luis González, y responde brevemente el siguiente cuestionario y colócalo en la "entrada de opiniones" y no olvides colocar tus datos personales para que se te considere la tarea.
1. En palabras del autor ¿Qué es un indígena?
2. ¿Qué es un eufemismo?
3. ¿Qué son las dos caras del indigenismo?
4. ¿Qué teoría antropológica sustenta el texto del autor?
5. ¿Qué son la flechas de la inmigración?

viernes, 22 de mayo de 2009

Tarea acerca de las culturas lésbico-gays

TAREA

INSTRUCCIONES: RESPONDE BREVEMENTE A LAS SIGUIENTES PREGUNTAS EN LA ZONA DE OPINIONES QUE SE ENCUENTRA EN ESTE BLOG.

  1. ¿Qué cultura clásica toleraba las prácticas bisexuales entre sus pobladores?
  2. ¿Cuál era la postura durante la Edad Media con respecto a la homosexualidad?
  3. ¿En qué pasaje de la biblia se habla acerca de actividades homosexuales?
  4. ¿Qué políticas tuvieron los nazis con respecto a los homosexuales?
  5. Mencione 2 ciudades que toleran a la comunidad lésbico-gay.
  6. ¿Qué significa cada color de la bandera del arcoiris?

Tarea de feminismo...

T A R E A
INSTRUCCIONES: observa con atención las siguientes preguntas, respóndelas y coloca tus respuestas en la zona de comentarios de este blog y coloca tus datos personales como tú nombre comenzando por el apellido paterno, materno y nombres.
1. Defina con sus propias palabras ¿qué es el feminismo?
2. ¿En qué consistió la primera ola feminista?
3. ¿En qué consistió la segunda ola feminista?
4. ¿Cuáles son las prinicpales características de la tercera ola feminista?
5. ¿Cuál es la diferencia entre sexo y género?

jueves, 21 de mayo de 2009

FEMINISMO

jueves 21 de mayo de 2009
Sinopsis
El presente artículo hará un breve recorrido histórico y conceptual del movimiento feminista mundial.Con frecuencia se oye hablar de cómo el feminismo es una prueba superada; a veces se dice que es un discurso caduco que ya no tiene nada que ver con la realidad de las mujeres actuales. Sin embargo, para muchos éste sigue siendo un tema incómodo. Las prácticas discriminatorias, así como la violencia contra las mujeres, no son parte del pasado, sino que para la mayoría son una lucha diaria. Por lo mismo, es importante conocer cómo ha sido el desarrollo histórico e ideológico del feminismo, que se divide en tres olas o periodos.
Primera ola feminista
“El feminismo se puede definir como la oposición moral a la dominación masculina” 1. El feminismo, a su vez, es una lucha constante por demostrar que su debate no es sólo un conjunto de opiniones personales sino argumentos con justificación objetiva.
Gran parte del debate feminista ha consistido en demostrar cómo el discurso político, filosófico, moral, educativo, cultural, sociológico y hasta religioso ha sido formulado desde la primera persona del masculino. En otras palabras, los modos de pensar en todos los ámbitos de las sociedades están descritos por y para las personas del sexo masculino.
La primera y quizás la más conocida feminista es Simone de Beauvoir. De tendencia existencialista, De Beauvoir sostenía que si las mujeres eran consideradas inferiores a los hombres no era por cuestiones de nacimiento sino que se volvían inferiores tras un adoctrinamiento cultural disfrazado de determinismo biológico 2. En otras palabras, se les marginaba y relegaba con el argumento de que estaban biológicamente predispuestas a cierto tipo de labores domésticas y la crianza de los hijos y que eran incapaces de realizar tareas que implicaran un reto intelectual.
La jerarquía de lo masculino sobre lo femenino era, para las feministas de esta primera ola, el principal obstáculo para que las mujeres salieran de esta situación de desventaja, en cuanto a que lo femenino como sexualidad equivalía a hembra y lo masculino a macho. Si se rompía con dichos parámetros de pensamiento y se repensaba por separado en el sexo: hembra y género: femenino las “ataduras” a roles específicos podrían empezar a romperse.
El feminismo de esta primera ola está caracterizado por una lucha por la igualdad en particular igualdad de derechos como el derecho al voto, el derecho al trabajo, el derecho a estudiar, etcétera.
Segunda ola feminista
Los movimientos sociales y políticos ocurridos en Francia en 1968 inauguraron lo que se conoce como la segunda ola de feminismo, tanto en Francia como en el resto del mundo.Esta segunda ola se caracteriza por un cambio en las prioridades. La búsqueda de la igualdad es sustituida por una afirmación de la diferencia 3. Dicho de otro modo, ya no era el objetivo principal ser consideradas como un igual a los hombres, sino ser reconocidas como un género diferente, con necesidades distintas y con las mismas oportunidades.La mujer en vez de ser el otro lado de la moneda, el contrario al hombre, la imagen invertida en un espejo donde el sujeto es masculino y por lo tanto su contrario sería lo femenino, buscaba ser un “otro” verdadero, el reconocimiento de su particularidad como género y no sólo como un opuesto al género masculino.
Esta segunda ola es, en muchos sentidos, una respuesta en contra del feminismo de la primera ola que no reconocía la diferencia sino que se afirmaba como igual al hombre. Lo que en realidad buscaban las feministas de la segunda ola era desenterrar a esta alteridad femenina en su singularidad y dejar atrás el discurso de los polos opuestos.
Tercera ola feminista
Es difícil hablar de una tercera ola, principalmente en países en vías de desarrollo donde en muchos ámbitos siguen sin superarse los dilemas de la primera ola. Aun en Francia, Estados Unidos y el Reino Unido, países que han contribuido enormemente al acervo feminista, los dilemas de la primera y segunda ola son motivo de intensos debates.
En general una tercera ola feminista intentaría una “espiritualización” ética del contrato social, donde la mujer siga siendo reconocida como una alteridad radical, un “otro” diferente del hombre y no su opuesto. Dicho de otra manera, el género femenino no es contrario al masculino, es diferente, y el reconocimiento de esta diferencia implica responsabilidad y no lucha.
De alguna manera la tercera ola está marcada por el fenómeno de la posmodernidad, en el que las fronteras han sido rebasadas y las comunicaciones llegan al rincón más remoto del mundo. La desaparición de fronteras reales e imaginarias ha generado una necesidad de reconocimiento de la diferencia como respeto y responsabilidad hacia todo lo que se sale del marco de la identidad misma.Las mujeres buscan igualdad de representación en los sistemas políticos, hecho que se traduce en acceso al poder. Así mismo buscan un cambio radical en las funciones domésticas donde las mujeres siguen llevando toda la carga del trabajo en casa y de la educación de los hijos. El feminismo de la tercera ola no busca renunciar a la crianza, busca una manera de poder realizarse en la maternidad sin tener que renunciar al éxito profesional.
¿Sexo o género?
Uno de los objetivos del movimiento feminista es recalcar que el sexo es una cosa y otra muy distinta el género. El sexo está determinado por la biología o naturaleza, el género es la parte cultural, aprendida. Es así como pensar en términos de género y no de sexo puede llevar a un cambio radical en las relaciones sociales entre ambos sexos.
En general las funciones que se adjudican a cada género son construcciones culturales. Cada sociedad desarrolla sus expresiones culturales de acuerdo a cada género. Las feministas coinciden en que la cuestión biológica del sexo juega un papel distinto al del género. Es por eso que cuando hablamos de fenómenos como el machismo lo adscribimos a las prácticas culturales de una sociedad, es decir el machismo y todo lo que lo denota, al fin de cuentas, no es la naturaleza de los hombres en oposición a la de las mujeres, sino una cultura que perpetúa ciertos mitos y símbolos del mismo.
¿Para qué un día internacional de la mujer?
El Día de la Mujer tiene el propósito de señalar dichos temas como parte de una agenda mundial que se encargue de eliminar, en la medida de lo posible, aquellos fenómenos que mantienen a las mujeres en un estado de desigualdad con respecto a los hombres.
Por lo tanto no es un día para alegrarse ni felicitarse, sino para recordar a todas aquellas mujeres —en el presente y en el pasado— que sufren y han sufrido de los aspectos negativos de la dominación masculina.
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Si le interesa el tema, recomendamos que lea los artículos “La mujer y la violación de sus derechos humanos”, “Valores, creencias y significaciones de la sexualidad femenina”, “Abuso sexual en Italia”, “Torneo de gol sin mujeres” y “Feminismo y arte”
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Fuentes:•Human Rights Watch, página oficial: www.hrw.org , (consultada el 19 de marzo de 2006)•Jaggar, Alison et.al, Feminism in Philosophy, “Feminism in ethics: Moral justification”,Cambridge, Cambridge University Press•Walsh, Lisa et.al, Contemporary French Feminism, Oxford, Oxford University Press
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1 Jaggar, Alison et.al, Feminism in Philosophy, “Feminism in ethics: Moral justification”, Cambridge, Cambridge University Press, p. 2252 Walsh, Lisa et.al, Contemporary French Feminism, Oxford, Oxford University Press, p.23 Ibidem
MESOGRAFÍA
GRANADOS, Verónica. (2006). Breve historia del feminismo. México: se piensa, consultado el 21 de mayo del 2009, DE, http://sepiensa.org.mx/contenidos/2006/hist_femini/hist_femini_2.htm

TEORÍA HELIOLÍTICA

Instrucciones: lee con atención y encuentra la definición de la teoría heliolítica. Y coloca la definición encontrada en la zona de comentarios junto a tus datos personales (aprellido paterno, materno y nombre(s)), para que los pueda acentuar en la evaluación.
Hermetismo y Masonería [1]
Por José Luis Najenson [2]
Hablar de hermetismo es referirse a la Filosofía Hermética, cuyas fuentes más antiguas fueron atribuidas a Hermes Trismegisto, o Tres veces Grande, personaje de oscura identidad. El nombre proviene de Hermes, dios del panteón griego, hijo de Zeus y de Maia, hija de Atlas, el Mercurio de los Romanos. Pero no es a este dios astuto, inventor de la lira y ladrón del rebaño de Apolo, a quien se le adjudican los escritos de marras, sino al mencionado personaje con que los egipcios helenizados de la era ptolemaica designaban al antiguo dios egipcio Thot, conductor de las almas de los muertos. La civilización greco-egipcia iniciada con la conquista de Alejandro Magno y desarrollada por uno de sus generales y sus propios sucesores, que formaron reinos independientes en su vasto imperio, atribuyó singular importancia a Hermes Trismegisto, considerándolo inventor de todas las ciencias, en especial de las ciencias esotéricas, cuyos secretos se guardaban encerrados en libros ocultos. Por eso en la Edad Media se daba a la alquimia el nombre de "ciencia hermética", siendo este último adjetivo sinónimo de ultra-cerrado e inviolable. Es muy probable que este personaje —Hermes Trismegisto— haya sido una especie de gran sabio o héroe civilizador, al estilo de Quetzalcóatl entre los toltecas y aztecas del antiguo México, al que también adjudicaron cualidades divinas. Por eso, cuando uno de los Médicis de Florencia descubre en su biblioteca el llamado Código Hermético, escrito en un idioma parcialmente ideogramático, egipcio-helenizado, y traducido por el políglota de la época Marsilio Ficino, dicho código es atribuido a Hermes Trismegisto, en su versión de Dios Thot, otorgándole una antigüedad global mucho mayor que su más probable datación en la época helenística de los ptolomeos. Este código y otras fuentes dispersas, remanentes de las sucesivas quemas de la Biblioteca de Alejandría, más algunas leyendas y tradiciones orales muy antiguas, que quizás podrían remontarse al Egipto dinástico, así como diversos escritos gnósticos y alquímicos, forman las heterogéneas vertientes de los hermetistas y alquimistas del medioevo, antepasados legendarios —por no decir míticos— de la Orden Masónica Moderna.

Uno de sus conjuntos hermenéuticos más completos, o, mejor, menos incompletos, lo constituye el Kibalyón, síntesis de sus principios y conceptos esenciales. La presencia de principios, axiomas y signos herméticos, indisolublemente ligados con símbolos alquímicos, está vigente en el ritual masónico ya desde la Cámara de Reflexión, equivalente al recinto de los alquimistas o "huevo filosófico" de los herméticos, donde campean también el vitriolo, el mercurio y la sal. La influencia alquímico-hermética se hace notar, asimismo a lo largo de toda la iniciación, en la purificación de los metales y las pruebas del agua y el fuego, entre otros detalles. Pero la alquimia no fue lo que piensan los profanos, aun los científicos, en tanto sistema de trasmutación de los metales en oro, cuyas por lo general fallidas tentativas dieron lugar, empero, a muchos postulados y términos de la química moderna. La alquimia medieval que refloreció en el Renacimiento, y que influenciará con sus ideas a los intelectuales aceptados en las gildas de constructores del siglo XVII y por ende en las logias masónicas del XVIII, era mucho más que aquello: un sistema científico-filosófico general, cuyos símbolos fueron también empleados por los astrólogos y otros ocultistas e iniciados.

La "piedra filosofal" de los alquimistas no servía tanto para lograr la fabricación del oro, a partir del plomo y otros metales, sino del "oro potable", que simbólicamente procuraba hacer avanzar a la humanidad en su camino de perfección. La verdadera transmutación era la de las mentes y las almas, "la transformación de una especie de antropoides ignorantes, groseros, bárbaros, intolerantes e inmorales, en otra de hombres instruidos, corteses, tolerantes y morales", al decir de Oswald Wirth, jefe de la escuela masónica de alquimia de Francia, en los años treinta del pasado siglo. En la "Gran Obra", el plomo significaba la vulgaridad, la pesadez, la ininteligencia, la imperfección, y el oro todo lo contrario. Los adeptos iniciados en el Arte Regio no se interesaban mayormente por los bienes perecederos, sino por los logros eternos del espíritu. La materia prima del Gran Arte, la idea pura, no falseada por la expresión verbal, debe extraerse de su mina, es decir, de nosotros mismos, del simbólico pozo donde se oculta la verdad. De ahí viene otro elemento hermético presente en la misma Cámara de Reflexión. La críptica sigla "Vitriolum" -"Visita Interiora Terrae Rectificando Invenies Occultum Lapidem, Veram Medicinam".

El imperativo, "Visita las Entrañas de la Tierra", es una invitación al descenso en sí mismo y al ahondamiento de la naturaleza humana. Clausurados en el laboratorio oculto de nuestra personalidad, en nuestro "huevo filosófico" herméticamente sellado, "rectifiquemos", es decir, destilemos, separemos lo denso de lo sutil, para hallar así la "Piedra Oculta" —la piedra de los filósofos —en la cual reside la Verdadera Medicina, o curación total. El sentido secreto, alquímico, del Vitriolum, convierte al hombre en el objeto de la Gran Obra de los filósofos herméticos. Cada uno de nosotros esconde en sí mismo la "Piedra de los Sabios", la "Verdadera Medicina", que posee el don de curar todos los males. En esto no hay nada mágico ni ingenuamente supersticioso, sino la afirmación de que todo está en el ser humano, siempre que éste aprenda a conocerse y a hacer uso, sabiamente, de los inagotables recursos de su propia naturaleza. De paso, podemos acotar que el uso de la piedra como símbolo, más propia de una corporación de constructores que de metalúrgicos, nos habla también de las posibles influencias mutuas entre ambos contextos, filosófica y ritualmente equivalentes, aunque no iguales. Quizá el más interesante de los Siete Principios Herméticos, el de la Correspondencia, o Segundo Gran Principio del Código: "Como arriba es abajo, como abajo es arriba", nos ofrece una valiosa pista hacia ese conocimiento de uno mismo y de la realidad en general, al sugerir que partiendo de lo cognoscible se puede llegar a lo aparentemente incognoscible, que el pensamiento (la razón o la intuición) es la imagen de la verdad, aunque no pueda penetrarla totalmente.

Es interesante acotar, al respecto, que uno de los asertos del Zohar asevera algo parecido: "Lo que está arriba es igual a lo que está abajo, y el hombre es la síntesís de todas las cosas". Esta segunda parte de la proposición diferencia la mística judía de la sofística. Para la Cábala el hombre no es la "medida de todas las cosas", como lo afirmaba Protágoras, antropocéntricamente, sino su síntesis, es decir, que tiene de humano y de divino, de lo alto y lo bajo, de materia y espíritu. En este sentido, el Zohar está mucho más cerca del Kibalión y otros textos herméticos, así como de otras filosofías helénicas como el neoplatonismo, que de las ambiguas teorías de los sofistas, capaces de convencer a un auditorio de dos tesis contrapuestas, según la "medida" de cada auditorio. Por eso, tal vez, la Filosofía Hermética y la Cábala están entre los precursores de la sabiduría de la Orden, así como los gnósticos y pitagóricos. Una afinidad en la visión del mundo las impregna, a pesar de sus notorias diferencias.

Empezando por la concepción idealista de la esencia del universo, que se refleja en la noción hermética del Todo, basada en el Primer Gran Principio del Mentalismo: "El Todo es mente viviente e infinita y en última instancia espíritu, y es homogéneo. Todas las cosas son el Todo y el Todo está en todas las cosas; aunque en sí misma la naturaleza íntima del Todo es incognoscible, como el ‘Ein Sof’ o Infinito de los cabalistas".

Pero el Todo de la Filosofía Hermética no es idéntico al Dios de los judíos. Tiene más bien las cualidades del Ser de Parménides (único, infinito, eterno, incambiable) combinadas, paradójicamente, con las características del universo de Heráclito: "todo fluye", está en movimiento, o vibra; según el Tercer Gran Principio Hermético, nada está en reposo, desde los astros a los átomos. Los grados de la intensidad vibratoria constituyen los distintos "planos" de la realidad, materia, mente y espíritu, que en el fondo constituyen la misma "substancia", por el Cuarto Gran Principio, el de la Polaridad; según el cual la materia es el otro polo del espíritu, así como el bien lo es del mal, la belleza de la fealdad, y el amor del odio.

Una leyenda extraída de los textos herméticos mostrará la diferencia entre ambos conceptos del Ser Supremo mejor que muchas disquisiciones: A Hermes Trismegisto, también considerado el primer maestro en las artes ocultas, le fue hecha una pregunta por uno de sus más avanzados adeptos acerca del porqué y para qué fue creado el universo, aun como imagen en la mente del Todo.

Hermes no emitió ninguna palabra, y sólo apretó los labios fuertemente, como indicando que no había respuesta. Aunque ello parece acercarse a la certeza jobiana —del libro de Job— y cabalística de que los designios de Dios son inescrutables, tanto la Torá como la Cábala dejan en claro que el propósito de la Creación es para cobijar al Hombre, Rey de las criaturas divinas, y "hecho a su imagen y semejanza".

La intencionalidad de la Gran Obra de Dios, de la que el ser humano es arte y parte, no tiene su equivalente en los escritos herméticos, así como tampoco el "Tzimtzum" o "Contracción" del Eterno para generar la Creación como tal, con el objeto de permitirle al hombre concebir la realidad dentro de su oscura prisión espacio-temporal en este mundo, y avanzar hacia la Luz de su paulatino conocimiento y auto-perfección que nunca llegan a ser totales. Tampoco el Todo hermético es igual al Gran Arquitecto del Universo de nuestros Talleres, porque éste posee muy pocas citas—para que cada hermano lo conciba a su manera, religiosamente o no— y aquél contiene demasiadas relativamente, configurando una visión cuasi metafísica, excesiva para la libertad conceptual masónica en este delicado tópico.

Esta última comparación nos lleva a dos problemas cruciales, quizá por ahora sin solución total; uno histórico, filosófico el otro. El primero se refiere a la evaluación de la propia antigüedad que se adjudican algunos textos y autores herméticos, a menudo anónimos. La mayoría se remonta al Egipto Dinástico, adjudicando a Hermes Trismegisto el origen de toda sabiduría esotérica. Dice el Kibalyón:

"Hermes Trismegisto, el Elegido de los Dioses, murió en el antiguo Egipto cuando la humanidad actual estaba en su infancia. Contemporáneo de Abraham y, si la leyenda no miente, instructor de aquel venerable sabio, Hermes fue y es el Gran Sol Central del ocultismo, cuyos rayos han iluminado todos los conocimientos que han sido impartidos desde entonces". Algunos helenistas judíos, incluso identificaron a Hermes-Thot con Moisés, e introdujeron en la Hermética numerosos pasajes de la Biblia. No obstante, el esoterismo también surgió en Mesopotamia, de donde Abraham era originario, y tempranos brotes pueden observarse en China y Persia. Hace ya mucho tiempo que la teoría Heliolítica (de Helios, Sol): "todo proviene de Egipto", de carácter hiperdifusionista —es decir, que explica el cambio cultural casi exclusivamente por el fenómeno histórico de la difusión— ha sido superada, a pesar de su mantención en algunos epígonos de la Filosofía Hermética.

Las influencias esotéricas se cruzan de manera múltiple, como todos los patrones y préstamos culturales entre civilizaciones, y existe también en ese campo la "invención independiente", o evolución de pautas semejantes en sociedades que viven en condiciones parecidas y virtualmente no han tenido contacto entre sí. En este sentido, y a pesar de todos los avances al respecto, estamos lejos todavía de poder determinar con exhaustividad la importancia relativa de cada una de las corrientes que formaron el "sincretismo simbólico" de la Masonería moderna, la cual, a pesar de todo, constituye la más elaborada síntesis esotérica, y de raíces más antiguas que existe en la actualidad. El problema filosófico que se le presenta a la Orden con el Hermetismo, similar al que tendría con la Cábala o el Rosacrucismo, no es menos irresoluble en términos generales, y depende de la elección personal de cada hermano que se aventure por esas procelosas aguas: es la seducción de los sistemas globales, más detallados y menos flexibles, que el amplio universo simbólico-ecléctico de la Francmasonería.

A pesar de todo ello, las huellas de la alquimia hermética en la herencia masónica son notorias y tenaces, y nos enseñan, entre otras cosas, a pensar haciendo abstracción de la palabra para mejor concentrarse en los símbolos. Las palabras, ¡ay! tan volubles, a menudo se pronuncian o escriben sin necesidad de que el espíritu se represente en lo que expresan los sonidos y las formas, profundamente internalizadas por el hábito. Se ha dicho, sin duda exageradamente pero guardando cierta verdad, que la palabra fue dada al hombre para que pudiera disimular su pensamiento. La meditación hermética en torno a los ideogramas del mercurio, o del azufre y la sal, con sus triángulos, crucescírculos y crecientes, nos introducen en las escuelas del silencio, en las que cada uno continúa iniciándose a sí mismo, trabajando espiritualmente para descifrar ese gran enigma que nos plantea la existencia. Para intentar decubrirlo, tenemos que descender dentro de nosotros mismos, donde se oculta, pudorosamente en su desnudez, la esquiva silueta del misterio.

NOTAS

[1] sacado de http://www.masoneria-argentina.org.ar/simbolo/742001f.htm
[2] El Doctor José Luis Najenson es Director Literario del Instituto Cultural Israel - Ibero América y Miembro de la Logia La Fraternidad Nro 62 de Tel-Aviv
MESOGRAFÍA
Fuente: NAJENSON, José Luis. (desconocido). Hermetismo y masonería. Buenos Aires, consultado el 22 de mayo del 2009, DE, http://www.scribd.com/doc/7085881/Hermetismo-y-Masoneria

TEORÍA DIFUSIONISTA

Difusionismo (arqueología)
De Wikipedia, la enciclopedia libre

Difusión del ser humano por el Mundo


El difusionismo es el término tomado de la Antropología social por el que se conoce a una corriente teórica de las escuelas arqueológicas occidentales de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. El difusionismo se asocia a la escuela Cultural Historicista que parte de la premisa de que las culturas materiales halladas en las excavaciones corresponden a civilizaciones concretas y éstas, a su vez a etnias. A partir de ahí, los difusionistas creen que a lo largo de la historia del hombre han existido zonas llamadas nucleares de irradiación de innovaciones.


Desarrollo del Difusionismo


Se dice que uno de los padres del difusionismo europeo es el
alemán Friedrich Ratzel (1844-1904) que consideraba que todos los inventos se habían extendido por el mundo desde centros nucleares por medio de migraciones (curiosamente, Ratzel defendía numerosas ideas evolucionistas). Su discípulo Leo Frobenius (1873-1938), definió las áreas nucleares de difusión con el término alemán «Kulturkreise» (círculos culturales), pero influido por la psicología de la Gestalt le dio un aspecto cuasi orgánico, muy espiritual, Para él las áreas culturales se caracterizaban por una serie de símbolos que representaban el conocimiento común del ser humano de de la civilización primigenia. El ejemplo más radical de difusionista es el británico Grafton Elliot Smith, que reclamó exclusivamente para el Antiguo Egipto el origen de toda civilización, incluidas las americanas (difusionismo monocéntrico). Según él, hace justamente 7000 años, cientos de sacerdotes egipcios recorrieron el mundo entero en busca del elixir de la vida, por lo que les llamó los «dadores de vida».



Un punto de vista menos drástico lo ofrecen los miembros de la Escuela de Viena William Schmidt y Fritz Graebner, los cuales en 1904 lanzaron su visión cultural policéntrica, ya que aceptaban que una misma innovación pudiese haber sido inventada o descubierta en varios lugares independientemente. Estos lugares eran lo que ellos llamaron «Círculos culturales», pero no podían definirse con precisión, ni siquiera se podían contrastar empíricamente, lo cual constituyó, desde el principio, una de sus ideas más criticadas. Schmidt y Graebner sostenían, además, que toda cultura innovadora es, también, una cultura expansionista, difundiendo con ello, sus avances; para estos antropólogos éste es el proceso principal que explica el desarrollo de la civilización. En efecto, al expandirse las culturas, tarde o temprano llegaban a interrelacionarse, por lo que resulta del todo imposible encontrar grupos sin mezclas o sin influencias alóctonas. Aunque Schmidt y Graebner no aceptaban el difusionismo monocéntrico, estaban de acuerdo en que, cuanto más sofisticado es un avance, menos probabilidades hay de que éste haya sido inventado varias veces aisladamente.[1]

Abu Simbel

Los centros difusionistas, habitualmente están asociados en el Viejo Mundo a civilizaciones de grandes ríos (Nilo, Tigris y Éufrates, Indo, Río Amarillo...), mientras que en el Nuevo Mundo serían Mesoamérica y los Andes. Los difusionistas constataban la similitud de ciertas manifestaciones de culturas inferiores con las de las grandes civilizaciones, llegando a la conclusión de que aquellas imitaban pobremente a éstas. Aún más, las grandes civilizaciones antiguas, desde el Neolítico, al menos, eran las únicas zonas de verdadera invención y progreso, desde donde se difundían por contacto, migraciones o invasiones.

El mar Mediterráneo y, también el Índico) han sido unos de los focos más importantes en las teorías difusionistas, comenzando por la expansión de los primeros Humanos modernos, dotados de un utillaje auriñaciense, continuando por la expansión en sucesivas oleadas, del Neolítico, el Megalitismo (una rústica emulación de las grandes pirámides), la metalurgia y, en fin, el impacto indoeuropeo. El símil europeo con una playa a la que llegan las olas a morir, se ha usado en no pocas ocasiones, considerando este subcontinente como un callejón sin salida al que se ven abocadas numerosas civilizaciones orientales.

Relieve de Palenque

Según los difusionistas monocéntricos la invención de la agricultura sólo tuvo lugar una vez, en el Creciente Fértil, desde donde se difundió por África, Asia y Europa. A pesar de que la invención independiente de la agricultura y otras innovaciones en América podría haber refutado las tendencias difusionistas, éstas tuvieron mucha fuerza durante un corto espacio de tiempo, al aparecer las ideas del antropólogo americano Clark Wissler (1870-1947). Este investigador americano hereda la idea de Schmidt y Graebner sobre la existencia de «áreas culturales» diversas (difusionismo policéntrico), pero trata de probar su existencia por medio de lo que él llamó rasgos culturales. Éstos serían más abundantes, más originales y más concretos en el centro de las citadas áreas culturales, y se irían desvaneciendo a medida que nos alejamos del núcleo, hacia la periferia. Wissler, no conformándose con el factor espacio, añade el factor tiempo, argumentando que los rasgos culturales serían más antiguos, cuanto más cercanos estuviésemos del centro del área cultural. Para él, existiría una estrecha relación entre antigüedad y distancia. Wissler fue muy criticado por esta última afirmación, ya que no tuvo en consideración que algunos rasgos culturales pueden viajar más deprisa que otros. A este mismo antropólogo se le achaca, también un excesivo reduccionismo a la hora de explicar fenómenos sociales, psicologícos o económicos de los pueblos primitivos, hasta el punto de que muchos ven en ello ciertos prejuicios etnocentristas.[1]

Otro gran difusionista fue el australiano Vere Gordon Childe, que sin embargo se centró en la expansión de los pueblos Indoeuropeos, lo que no evitó que desarrollase sus ideas sobre el origen del Neolítico o sobre el papel civilizador de la Cultura Griega en el Mediterráneo. Childe sostenía un difusionismo moderado en el que los cambios se debían en parte a las condiciones sociales de los grupos humanos (no olvidemos que era marxista), pero también por préstamos culturales de otras comunidades.

Cuando las ideas difusionistas se defienden por encima de lo razonable, suele hablarse de «hiperdifusionismo». el cual es propio de las interpretaciones excéntricas, calificación que ha recibido en innumerables ocasiones Thor Heyerdahl, el máximo defensor este tipo de doctrinas a finales del siglo XX. Sin embargo, Thor Heyerdahl, ha propuesto y contrastado hipótesis empíricamente, y no puede igualarse a las seudociencias o ciencias ocultas que defienden un hiperdifusionismo irracional.[2]

El Difusionismo en la actualidad

Actualmente se acepta el concepto de «préstamo cultural» como resultado inevitable de la transferencia de información entre diferentes grupos sociales. De hecho, como ya señalaron Schmidt y Graebner, toda idea humana, sea en el campo ligüístico, tecnológico, social o artístico, es potencialmente transferible: Sin embargo no está probado que la transferencia sea automática o inevitable, puesto que en cada grupo existen tradiciones que tienden a proteger su propio legado de las contaminaciones externas. Así, pues, todas las culturas seleccionan aquello que les resulta aceptable, antes de recibirlo. Por otra parte, la aceptación de un elemento procedente de una sociedad extraña, supone su descontextualización, con lo que tal elemento puede sufrir cambios en su significado, forma, uso y función, hasta el punto de resultar irreconocible.[1] Científicamente se han constatado numerosos ejemplos reales de difusionismo cultural. Pero éste sólo es admitido cuando hay pruebas concretas. En caso contrario, se prefiere hablar de una evolución autóctona (aunque haya enormes semejanzas con otras civilizaciones), ya que también se han hallado innumerables ejemplos de ello en arqueología.

Embarcación de la Polinesia

Algunas corrientes científicas arqueológicas, prehistóricas o historiográficas suelen preferir explicaciones alternativas, basadas en que la evolución cultural surge del propio impulso de los pueblos, de su propia tendencia a cambiar. Para algunos, estos impulsos son intrínsecos a la naturaleza humana, que tiende a la evolución independiente y paralela por sí misma (Evolucionismo cultural); para otros, son el resultado de las contradicciones sociales internas (Marxismo) y, para otros, se debe a la influencia determinista del entorno natural (Procesualismo). Por último, hay quien se niega a aceptar que las innovaciones son sólo respuestas a estímulos y que el ser humano sea incapaz de crear por propia iniciativa, motu proprio: es lo que los Postprocesualistas llaman «agency», libre albedrío, heurística..., pero que se explica mejor en estas líneas de Ludwig von Bertalanffy[3]

«Por mi parte, soy incapaz de ver, por ejemplo, cómo las actividades culturales y creadoras de toda índole pueden considerarse "respuestas a estímulos", "satisfacción de necesidades biológicas", "restablecimiento de la homeostasia". Y así por el estilo. [...] El hombre no es un receptor pasivo de estimulos que le llegan de mundo externo, sino que, en un sentido muy concreto. crea su universo»

Teoría General de sistemas, página 203

Notas
a b c Scarduelli, Pietro (1977). Introducción a la Antropología Cultural. Editorial Villalar (Madrid). ISBN 84-7427-021-9. (Páginas 26-31)
. El difusionismo seudocientífico ve relaciones misteriosas entre todas las grandes civilizaciones del globo, estén en África, Eurasia o América, dando explicaciones extravagantes como la existencia de un gran pueblo, ya desaparecido, que ayudaría a progresar a todos los humanos, esa civilización ha sido identificada con la Atlántida de las leyendas clásicas, el reino de Mu de los códices Mayas, la Heligolandia del escritor alemán Jürgen Spanuth, incluso, los «dadores de vida» de Grafton Elliot Smith, o, por rizar ya el rizo alguna especie de prometeos extraterrestres
Von Bertalanffy, Ludwig (1986). Teoría General de Sistemas. Fondo de Cultura Económica, México DF. ISBN 968-16-0627-2.
Daniel, Glyn (1973). El concepto de Prehistoria. Editorial Labor, Madrid.
ISBN 84-335-5704-1.
Hunter, Davis E. y Whitten Philip (1976). Enciclopedia de Antropología. Ediciones Bellaterra, Barcelona.
ISBN 84-7290-026-6. (páginas 234-235)
Leroi-Gourhan, André (Quinta edición de 1980). «Problemas metodológicos, las excavaciones y las doctrinas de investigción», La Prehistoria. Editorial Labor, Barcelona.
ISBN 84-335-9309-9.
Laet, Sigfried J. de (
1981). «La Arqueología y la Prehistoria». Corrientes de investigación en las Ciencias Sociales Volumen II (páginas 233-292). Tecnos, Unesco.


MESOGRAFÍA


Fuente: desconocido, consultado el 22 de mayo del 2009, DE, http://es.wikipedia.org/wiki/Difusionismo_(arqueolog%C3%ADa)

NACIONALISMO

Nacionalismo
Doctrina ideológica que considera la creación de un Estado nacional condición indis­pensable para realizar las aspiraciones sociales, económicas y culturales de un pueblo. El nacionalismo se caracteriza ante todo por el sentimiento de comunidad de una na­ción, derivado de unos orígenes, religión, lengua e intereses comunes. Antes del siglo XVIII, momento de surgimiento de la idea de Estado nacional moderno, las entidades políticas estaban basadas en vínculos religiosos o dinásticos: los ciudadanos debían lealtad a la Iglesia o a la familia gobernante. Inmersos en el ámbito del clan, la tribu, el pueblo o la provincia, la población extendía en raras ocasiones sus intereses al espacio que comprendían las fronteras estatales.

Desde el punto de vista histórico, las reivindicaciones nacionalistas se generaron a raíz de diversos avances tecnológicos, culturales, políticos y económicos. Las mejoras en las comunicaciones permitieron extender los contactos culturales más allá del ámbito del pueblo o la provincia. La generalización de la educación en lenguas vernáculas a los grupos menos favorecidos les permitió a éstos conocer sus particularidades y sentirse miembros de una herencia cultural común que compartían con sus vecinos, y empeza­ron así a identificarse con la continuidad histórica de su comunidad. La introducción de constituciones nacionales y la lucha por conseguir derechos políticos otorgaron a los pueblos la conciencia de intentar determinar su destino como nación. Al mismo tiempo, el crecimiento del comercio y de la industria preparó el camino para la formación de uni­dades económicas mayores que las ciudades o provincias tradicionales. La mayor parte de las naciones modernas se han desarrollado de modo gradual sobre la base de unos vínculos compartidos, tales como la historia, la religión y la lengua. Sin embargo, existen algunas excepciones muy llamativas como Suiza, Estados Unidos, Israel y la India.
Suiza es un Estado donde no se llegó a producir nunca una comunidad lingüística o re­ligiosa. Entre los helvéticos se encuentran católicos y protestantes; tampoco poseen un misma lengua, ya que se habla francés, alemán, rético o italiano según el cantón de que se trate. El nacionalismo suizo surgió por su aislamiento geográfico en una región mon­tañosa y por el deseo de mantener su independencia política frente a otros estados que pretendían conquistarla.
Estados Unidos se configuró como Estado nacional a través de la colaboración de inmi­grantes de diferentes religiones y procedencias, que sólo compartían un mismo deseo de libertad religiosa, económica y política. Aunque sólo se hablaba una lengua, el na­cionalismo estadounidense se basó ante todo en un compromiso con la idea de la li­bertad individual y de la existencia de un gobierno representativo, según la tradición británica. Lo que en Gran Bretaña se consideraba el derecho por nacimiento de los bri­tánicos, en Estados Unidos se convirtió, gracias a la influencia del Siglo de las Luces, en el derecho natural de cualquier persona. La Declaración de Independencia culminó esta ética de las libertades.
Israel se constituyó como Estado a partir de la inmigración de diferentes grupos nacio­nales de judíos que compartían un ideal común basado en un nacionalismo de origen religioso que se remontaba a casi 2.000 años. Como resultado del genocidio cometido por la Alemania nacionalsocialista antes y durante la II Guerra Mundial, la reivindicación de un Estado por parte de los judíos cobró de pronto una importante fuerza. Más de un millón de refugiados procedentes de muchos países emigraron a Palestina. Aprendieron hebreo, el recuperado idioma nacional, e implantaron un nuevo Estado que proclamó el judaísmo como religión oficial. Sin embargo, la mayoría de la población judía que vive en la diáspora sigue siendo un grupo religioso minoritario en los países en que reside.
La India es un Estado en el que el hinduismo actuó tradicionalmente como elemento de cohesión entre los heterogéneos pueblos de distintas lenguas, religiones y etnias que en ella habitaban. La India alcanzó la unidad nacional a través de la influencia de ideas oc­cidentales, y sobre todo durante su lucha contra la dominación británica.
Orígenes
Los inicios del nacionalismo moderno se remontan hasta la desintegración, al final de la edad media, del orden social feudal y de la unidad cultural (en especial la religiosa) de varios estados europeos. La vida cultural europea estaba basada en la herencia común de ideas y actitudes transmitidas a través del latín, el idioma de las clases con forma­ción. Todos los europeos occidentales profesaban entonces la misma religión: el catoli­cismo. El derrumbe del sistema social y económico dominante, el feudalismo, vino acompañado del desarrollo de comunidades más grandes, interrelaciones sociales más amplias y dinastías que favorecieron los valores nacionales para conseguir apoyos a su dominación. El sentimiento nacional se vio reforzado en algunos países durante la Re­forma, cuando la adopción del catolicismo o del protestantismo como religión nacional actuó como fuerza de cohesión colectiva adicional.
La Revolución Francesa
El gran punto de inflexión en la historia del nacionalismo en Europa fue la Revolución Francesa. Los sentimientos nacionales franceses se habían encarnado hasta ese mo­mento en la figura de su rey. Como resultado de la Revolución, la lealtad al monarca fue sustituida por la lealtad hacia la patria. Por eso La Marsellesa, una de las canciones más populares durante el periodo revolucionario, que luego sería el himno de la nación, empieza con las palabras “Allons enfants de la patrie” (“Marchemos, hijos de la patria”). Francia alcanzó de hecho un gobierno representativo cuando la Asamblea Nacional sustituyó en 1789 a los Estados Generales, cuerpo asambleario que reunía en grado de representatividad desigual al clero, la aristocracia y el pueblo. La administración territo­rial, anteriormente muy regionalizada fue sustituida por otro sistema muy centralizado y que imponía instituciones y leyes comunes a todos los ciudadanos. Las tropas france­sas transmitieron este espíritu nacional derivado de la Ilustración a otros países y áreas geográficas, como Latinoamérica, que impregnada de los ideales de liberación e inde­pendencia iniciaría pronto su proceso de emancipación.
La aparición del nacionalismo coincidió cronológicamente con el inicio de la Revolución Industrial, que favorecía el desarrollo económico nacional y, ligado a éste, la aparición de una clase burguesa que no tardaría en reclamar gobiernos representativos sancio­nados por constituciones liberales. Adscritas al romanticismo surgieron literaturas nacio­nales que expresaban las tradiciones y el espíritu común de cada pueblo. Se concedió nueva importancia a los símbolos nacionales de todo tipo, y de esta forma se crearon las festividades nacionales conmemorativas de los diferentes sucesos de la historia na­cional. Con anterioridad al brote del nacionalismo en Europa, el primer tercio del siglo XIX contempló el asombroso y múltiple nacimiento de una veintena de estados en el continente americano, desde el Mississippi (frontera entre los dominios de España y Estados Unidos), hasta la Tierra del Fuego en Argentina. Durante este proceso, acae­cido entre 1810 y 1830, fueron apareciendo nuevos países que, tras anexiones, pérdi­das territoriales y cambios de denominación oficial, quedaron constituidos tal y como son en la actualidad, entre otros México, Argentina, Brasil, Chile, Colombia y Venezuela.
Las revoluciones de 1848
Las revoluciones de 1848 marcaron el despertar de la conciencia nacional de distintos pueblos europeos. Ese año, alemanes, italianos y otros grupos sometidos a estados plu­rinacionales, como los imperios austriaco, ruso y otomano, iniciaron sus primeros pasos hacia la unidad y el establecimiento de sus respectivos estados nacionales.
Aunque las experiencias revolucionarias de 1848 fracasaron, sus ideales y objetivos se afianzaron en la mentalidad de los pueblos con el paso de los años. Tras dos complejos procesos de unificación, Italia y Alemania lograron verse constituidos como entidades políticas independientes con los nombres de reino de Italia (1861) y de II Imperio Ale­mán (1871) respectivamente. Otros pueblos de Europa central que combatieron por su independencia nacional en 1848 fueron los polacos (cuyo territorio fue repartido entre Rusia, Alemania y Austria), los checos y los húngaros (súbditos ambos de la monarquía austriaca), y los pueblos cristianos de la península de los Balcanes que estaban bajo dominio del sultán del Imperio otomano. La historia de Europa entre 1878 y 1918 estuvo en gran parte determinada por las aspiraciones de los pueblos sin Estado para llegar a tenerlo, esquivando su sujeción a los imperios en los que estaban integrados política­mente. De forma muy concreta, la situación de todos los pueblos balcánicos englobados bajo el dominio otomano generó la denominada Cuestión Oriental, motor de gran nú­mero de conflictos que se perpetuaría durante el siglo XX.
La I Guerra Mundial
La I Guerra Mundial, originada por la preeminencia de las políticas nacionales sobre los intereses de la paz común, colmó las aspiraciones de los pueblos centroeuropeos.
Cuando Estados Unidos se incorporó a la contienda, su presidente Woodrow Wilson proclamó el principio de autodeterminación nacional como uno de los pilares básicos en que habría de basarse la estabilidad de la sociedad internacional una vez que acabara el conflicto. El final de la I Guerra Mundial y sus tratados de paz parejos (Versalles, Tria­nón, Sèvres, Neuilly-sur-Seine, y Brest-Litovsk) supusieron el final del régimen imperial en Turquía, Rusia, Austria y Alemania y el surgimiento de nuevos estados nacionales independientes, tales como Finlandia, Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, Checoslova­quia, el Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos (posteriormente rebautizado como Yugoslavia) y Hungría. Otros como Rumania ampliaron sus fronteras.

A pesar de todo, los problemas nacionalistas continuaron en esta zona europea. Las nuevas entidades políticas creadas absorbieron a minorías étnicas o lingüísticas que comenzaron a reivindicar a su vez la independencia o determinadas modificaciones te­rritoriales. Las reclamaciones contrapuestas del nacionalismo alemán y polaco, entre otras, propiciarían el comienzo de la II Guerra Mundial. La radicalización del naciona­lismo durante y después de la I Guerra Mundial tuvo un claro origen: la aparición del fascismo como fórmula de exaltación de una ideología que pretendía encontrar una sa­lida a la crisis económica, de la que se culpaba al fracaso del liberalismo, evitando la vía comunista. El fascismo en Italia y el nacionalsocialismo en Alemania se presentaron como regímenes totalitarios que intentaban destruir la oposición y aglutinar todos los re­cursos del Estado en la realización de un programa de engrandecimiento nacional.
Dado que una política semejante chocaba con los intereses e incluso con la superviven­cia de otras naciones, la guerra generalizada en Europa se hizo inevitable. La Unión Soviética, fundada tras la Revolución Rusa como punta de lanza de un movimiento re­volucionario que se entendía habría de ser mundial, abandonó con Stalin al frente estos principios internacionalistas para definir su nueva política como ‘el socialismo en un sólo país’; así, un signo inequívoco de esta nueva tendencia fue la sustitución de La Interna­cional por un nuevo himno nacional. Otra de las consecuencias decisivas de la I Guerra Mundial fue la aparición del nacionalismo en Asia y África, sometidas al imperialismo eu­ropeo generado por la necesidad de mercados y materia prima en los países industriali­zados. El nacionalismo asiático tuvo su ejemplo y referencia en Japón, el primer país del Extremo Oriente que, gracias a su temprana modernización, fue capaz durante la Gue­rra Ruso-japonesa (1904-1905) de vencer a una potencia occidental. Después de la I Guerra Mundial, los turcos, bajo el mando de Mustafá Kemal Atatürk, derrotaron (1922-1923) a los aliados occidentales y modernizaron su Estado siguiendo el modelo euro­peo. Durante el mismo periodo, el dirigente del Congreso Nacional Indio, Mahatma Gandhi, fomentó activamente las aspiraciones de indias para lograr su independencia nacional. En China, el dirigente del nacionalista Guomindang (Partido Nacional del Pue­blo), Sun Yat-sen, inició una exitosa revolución nacional.
El nacionalismo desde la II Guerra Mundial
La penetración del nacionalismo en las colonias se aceleró con la II Guerra Mundial. Los imperios británico, francés y holandés en Asia oriental fueron derrotados por los japone­ses que proclamaron el lema “Asia para los asiáticos”, consiguiendo el apoyo de nume­rosos grupos nacionalistas durante la ocupación de sus territorios. Las potencias colo­niales se vieron aún más debilitadas por las consecuencias militares y económicas de la guerra y de la expansión del poder soviético. En su propaganda, la Unión Soviética sub­rayaba en primer término el derecho de las colonias a su autodeterminación e indepen­dencia. Así la consiguieron India, Pakistán, Ceilán (actualmente Sri Lanka), Birmania (hoy Myanmar) y la actual Malaysia. Del mismo modo, Estados Unidos otorgó la inde­pendencia a las Filipinas. Los Países Bajos cedieron por su parte el control de parte de sus posesiones asiáticas, que se convirtieron en la República de Indonesia.
Después de una trágica guerra, Francia perdió su imperio colonial en Indochina. Hacia 1957, el nacionalismo se había extendido por toda Asia y casi todos los imperios colo­niales europeos habían desaparecido. El proceso también se produjo en África y Oriente Próximo. Hacia 1958, entre los nuevos estados nacionales que habían aparecido en esas regiones se encontraban Israel, Marruecos, Túnez, Libia, Sudán, Ghana, Egipto, Siria e Irak.Al comenzar la década de 1990, el nacionalismo sigue siendo una fuerza muy poderosa en la política internacional. Las aspiraciones nacionalistas opuestas de israelíes y pa­lestinos siguen generando inestabilidad política en Oriente Próximo. En Europa del Este, donde las pasiones nacionalistas habían permanecido sometidas por la presión de los sistemas comunistas desde la II Guerra Mundial, el declive de los regímenes comunis­tas ha provocado la desintegración de la Unión Soviética en numerosos estados inde­pendientes, identificados territorialmente con sus antiguas repúblicas. Otro grave con­flicto generado por el nacionalismo extremo ha sido la guerra de la antigua Yugoslavia. También se han producido disoluciones pacíficas, caso de la antigua Checoslovaquia (escindida desde el 1 de enero de 1993 entre Eslovaquia y la República Checa).
MESOGRAFÍA
Fuente: GUILLÉN U. Ulises H. (2004). Antología de antropología. México. P. p. 313-317.

CULTURA ECOLOGISTA

Ecologismo
Ideología vinculada a la postmodernidad y a la aparición de una escisión política novedosa que separa, en las sociedades que han alcanzado determinado desarrollo económico, a los individuos y grupos orientados o no hacia demandas materiales.

El ecologismo proclama la interconexión de toda la naturaleza y, en su versión más activista, otorga prioridad a( mantenimiento de( equilibrio del ecosistema sobre los intereses del hombre, que es sólo una parte más del mismo. Contrasta así con el antropocentrismo predicado por el liberalismo clásico y, por este motivo, se te ha conectado con el conservadurismo organicista.
Sin embargo, el propio ecologismo se ha plasmado en un movimiento político progresista, el verde, y ha dado Lugar a La incorporación de las cuestiones medioambientales en los programas de los partidos clásicos, preferentemente los de izquierda. Indirectamente, además, ha constituido uno de los factores que han animado la expansión del intervencionismo gubernamental en la protección de la naturaleza y en la lucha contra la destrucción de la misma a causa de la deforestación o la contaminación.
Hasta su surgimiento, la teoría política no se había preocupado apenas del medio que rodeaba al hombre y, de hecho, la autoproclamada victoria de la humanidad se produjo cuando ésta consiguió crear un entorno artificial que, sin embargo, en poco tiempo, cambió su función defensiva por una actitud agresiva y amenazante contra la misma conservación de( planeta. Pese a sus indudables aportaciones, la ideología ecologista tiene dificultades para presentar una solución pragmática al problema de compatibilizar crecimiento, especialmente en el mundo no industrial¡zado, y respeto al medio.
Esta difícil síntesis, así como el mantenimiento de la libertad individual en el actual contexto, relativamente hostil con el intervencionismo estatal, lleva a acuñar conceptos como el de desarrollo sostenible.

INDIGENISMO

NEXOS JUNIO 1999; No. 258
Sociedad
DEL INDIGENISMO
Por Luis González de Alba
El mundo es de los eufemismos.
Todo es falso en el indigenismo. Todo.
“Si hoy podemos trabajar menos horas para comer, y emplear más tiempo en el de­sarrollo propio, es porque podemos entregar nuestro trabajo elaborado en una com­putadora provista de un programa eficaz. Son muchas las ciencias que conflu­yen para ese resultado. Ninguna fue creada por alguna cultura india. Esa es hoy su gran contradicción: que desean los bienes, pero ignoran cómo se producen”.
Hasta el nombre. Somos indígenas mexicanos todos los nacidos en este país, independien­temente de que tengamos bigote y barba abundante o no, manos grandes o chicas; ojos rasgados hacia arriba, como pintados por Diego Rivera, o rectos y hasta caídos hacia abajo; pómulos anchos y asiáticos, o conve­xos, corte de cara largo o redondo, piel morena o clara, ojos cafés o azules, pelo negro o rubio. Se es indígena de Francia por nacer allá. Umberto Eco es indígena de Italia, Aznar es indígena de España y Carlos Tello es indígena de México.

Quienes dicen “indígena” quieren suavizar el término “indio”, pues esa expresión ya causa inquietud en el mundo de eufemismos en que vivimos. De pronto desaparecieron los co­ches usados, ya sólo se anuncian “autos seminuevos”; no hay ciegos, sino invidentes; no existen los cojos, los mancos ni mucho menos los inválidos: se volvieron primero discapa­citados y finalmente minusválidos; los negros son “personas de color”, como si no tuviera todo el mundo algún color; los abortos son “interrupciones del embarazo”, y por supuesto los indios se volvieron “indígenas”, tomando en exclusiva una definición que pertenece a todo nativo de un lugar.
Las dos caras del indigenismo

El indigenismo, definido como esa convicción de que el indio nos necesita a los no indios, de que un Bartolomé de las Casas palpita en nuestros corazones redentoristas, tiene dos caras que no por contradictorias van menos juntas.

Por una parte se exalta todo lo indio: nos dice que ya quisiéramos para nosotros la cerca­nía india con la naturaleza, su medicina sin efectos secundarios y procedente de la madre tierra, su alimenta­ción alta en fibra, sus métodos de cultivo respetuosos porque no em­plean maquinaria agresiva ni agentes químicos (y la quema y roza con la que acaban la selva se justifica porque son pobres). Ya quisiéramos hasta su magnífica democracia: directa y de mano levantada en asamblea comunitaria, todos frente a todos. Pero luego, por otra parte, nos dicen que “hemos abandonado a nuestros indios” porque carecen de todo aquello que a nosotros nos separa de la naturaleza: piso de cemento, buenas cose­chas gracias a los fertilizantes e insecticidas químicos, grandes hospitales donde se apli­can medicamentos artificiales, además de procedimientos inva­sivos tan ajenos a los usos y costumbres de la medicina india. Los admiradores de la vida india se recetan, para ellos, una vida muy distinta a esa dorada cercanía india con la naturaleza (con excep­ción de las camisas bordadas que sí usan y tan barato pagan): una medicina agresiva, alimentos al­tos en colesterol; grasas perjudicia­les como la mantequilla, la crema y las mayonesas; autos contami­nantes, y una democracia que sea todo menos directa, donde esté asegu­rado el anonimato del votante y argumentamos que es la única manera en que nosotros podemos ejercer el voto sin presio­nes, lo cual, claro está, no vale para los indios porque ellos deben seguir sus “usos y costumbres”.

Imaginemos los gritos del PRD y su prensa satélite si un sindicato priista exigiera a sus miembros votar en asamblea por voto abierto. Sólo cuando se trata de indios pen­samos que votar frente al cacique (y en su contra) se llama “demo­cracia directa”, y que es buena costumbre porque es india y sigue los “usos y costumbres” indios. Ah, los eternos eufemismos y los círculos viciosos del pensamiento.
Darwin en la selva

Las culturas son organizaciones vivas. Nacen, crecen, florecen y mueren. En ese lapso compiten entre sí por sobrevivir. Unas triunfan porque son mejores. Las inferiores pere­cen. O mejor dicho, a la inversa: llamamos mejores a las que triunfan e inferiores a las que perecen.

El Viejo Mundo produjo grandes culturas mucho antes que el continente americano. Este es un hecho que sólo puede negar el relativista acérrimo, una forma à la mode de fundamentalismo que extiende las nociones democráticas de la igualdad entre los indivi­duos, a la igualdad entre las culturas. Quien crea que los hotentotes de la selva africana o los yanomamo (gulp) de la selva amazónica nada tienen que pedirle al refina­miento chino, a los interiores ára­bes, al pensamiento hindú, debe detener aquí mismo su lectura: ante el absurdo y el ridículo no hay argumentos posibles.

Sigamos con quienes prefieran la pirámide de Keops a la choza de vara y lodo.

China, India, Egipto y Mesopotamia florecieron miles de años antes de nuestra era, cuando el occidente de Europa vivía en cuevas, el norte estaba apenas habitado y Amé­rica no tenía nada importante, como demuestra la arqueología.

Es difícil explicar estas grandes diferencias entre aquel mundo y éste. Siempre que se intenta se cae en alguna forma de reduccionismo.

El hecho es que razas tan diversas como las que produjeron esas grandes culturas dieron a sus pueblos un alto nivel de vida.

Mismo que no alcanza­ron otros pueblos. La muralla china, las tres pirámides mayores, Babilonia y Nínive, no tienen equivalente americano por mucho entusiasmo que uno invierta en la excursión a Chichén Itzá.

A riesgo de caer en el reduccionismo ya señalado, busquemos las mayores diferencias entre el Viejo Mundo (Asia, norte de Africa, este del Mediterráneo) y América. Hay tres: el río, el caballo y el mar. Esto es; ríos navegables, caballo para transporte y mar igual­mente navegable, como es el Mediterráneo con sus numerosas islas para ayudar a las más lar­gas travesías, y su reducida anchura que hace también un oleaje sin riesgo para las pe­queñas embarca­ciones de los pueblos antiguos. Caballos y barcos llevaron las ideas, las invenciones y los productos entre naciones tan distantes como, en América, los imperios inca y azteca. Pero aquí apenas si pudieron unos saber de los otros: todos los ríos se cru­zan espumo­sos y rugientes al fondo de barrancas profundas; el océano Pací­fico, sin islas entre las costas de los actuales Perú y México, levanta olas de varios metros.

Los pueblos americanos nunca construyeron barcos porque no había donde navegar con ellos.

Por lo mismo no descubrieron Europa. Claro, está la enorme excepción del Mississipi. Ignoro en absoluto por qué no surgieron grandes culturas a lo largo de sus riberas, de clima tan si­milar al benigno del sur europeo y aguas tan navegables para sos­tener un intenso comer­cio de bienes y de ideas.

Algo así como un equivalente del variado mundo mediterráneo. No encuentro explicación.

Y en cuanto a los caballos, sí los hubo en América. Los restos fósi­les comprueban la existencia de un caballo americano. Pero si los chinos inventaron la costumbre de mon­tarlos, domesticarlos y em­plearlos como medio de transporte, los americanos se los co­mie­ron.

Lo cual no es prueba de nada, es un hecho. Como es otro he­cho que los chinos, tras inventar la pólvora, la emplearon para hacer bellos fuegos de artificio.

Los europeos tuvieron la ocurrencia de meterla en un tubo de hierro para impulsar una bala y así cam­biaron el mundo, incluida China, con una invención china.
La ciencia

Si la aridez cultural del verde, pródigo y suave Mississipi es prueba contra el reduccio­nismo geográfico intentado apenas líneas arriba, hay otro elemento para explicar la es­pectacular caída del mundo indio ante el embate europeo.

Fue un solo aspecto del pen­samiento surgido en el Viejo Mundo lo que dio a los europeos esa inmensa ventaja des­plegada sobre los pueblos americanos (y los de otros continentes): la atrabiliaria idea de querer explicar la naturaleza sin recurrir a dioses y espíritus cuya voluntad produce los fenómenos naturales, sino buscar en leyes naturales la explicación de los fe­nómenos na­turales.

Esa absurda idea nació en la zona de con­fluencia de todas la grandes culturas del Viejo Mundo: en la costa egea de Asia Menor.

Así fue como, 300 años antes de nuestra era, Eratóstenes midió la circunferencia de nuestro planeta sin otro equipo que dos varas clavadas en ciudades distantes, la medición de la sombra proyectada en Alejandría y en Siena, del Alto Egipto y, lo más importante, el equipo intelectual de la geometría de Eucli­des.

Este es uno de los más bellos momentos del pensamiento humano y no existe nada comparable en América. No porque haya sido habitada por pueblos más tontos, sino por­que nunca abando­naron las explicaciones religiosas.

De igual forma, las más altas culturas americanas, como olmecas o mayas, produjeron un arte que rivaliza en los relieves, esculturas y pinturas con lo mejor del Viejo Mundo.

Pero a su arquitectura le faltó una invención definitiva: el arco.

Es definitiva porque la acu­mula­ción rectilínea de arcos da la bóveda, y su giro de 180° resulta en una cúpula. Y éstos, bóveda y cúpula, son los medios para crear grandes interiores con los mismos materiales de construcción anti­guos: piedra y argamasa. Los egipcios y babilonios produjeron inte­riores pobres, plagados de columnas, porque cubrían sus edifica­ciones con las piedras más grandes que podían cortar y las soste­nían con las columnas necesarias.

Es el sistema elemental de cuerpos verticales que sostienen cuerpos horizontales. El poste-y-dintel. El más sencillo es el de una puerta: dos cuerpos verticales (postes) que sostienen un cuerpo horizontal, o dintel. El límite de ese sistema se alcanza pronto y está dado por las piedras más largas que se puedan cortar para con ellas cubrir un área plana.

El resultado era un bosque de columnas llenando el interior. Dos mil años después, una joven cultura, la griega, siguió esos mismos métodos constructivos con idénticos resulta­dos: la gran belleza y armonía de sus exteriores iba aparejada a un decepcionante inte­rior.

Con todo, consiguieron algo que los mayas, mil años después, no vislumbraron: un sis­tema que permitió separar más las columnas al dar una mayor superficie de sustentación al entablamento (o pie­dras horizontales que soportan la techumbre) por medio de un ca­pitel aumentado de un ábaco: una piedra inicialmente recta y sin adornos que, sobre el capitel, proporciona un apoyo extra a la lar­gura del dintel. La continuación de esa idea dio el arco, el alinea­miento de arcos sucesivos dio la bóveda y ésta la posibilidad de crear amplias naves sin columnas internas: bóveda sostenida en muros.

Quien haya estado en el Panteón, el templo para todos los dioses (pan-theon) construido por Agripa en el año 27 antes de Cristo, ha visto el resultado de girar el arco: un recinto cubierto por una cúpula de 43 metros de diámetro y 22 metros de alto.

Mil quinientos años después, los interiores aztecas no podían ni soñar con esas dimen­siones. Y sus pirámides, construidas 4,500 años después que las de Egipto, tuvieron un volumen muchas de­cenas de veces inferior.

Por eso nunca me han asombrado las gran­des culturas americanas. Hacia el año 1300 de nuestra era, con Florencia y Venecia ya construidas, Alejandría destruida y las mayo­res catedrales góticas terminadas, los aztecas eran una tribu que vivía una etapa superada por los chinos 10,000 años antes: el no­ma­dismo dedicado a la cacería y la recolección de frutos silvestres: la forma de sustento de otros primates como los chimpancés y los gorilas.

Llamar “ciencia” a la suma de conocimientos acumulados por las culturas americanas es un forzado estiramiento del término. No es ciencia seguir detalladamente los movimientos de los cuerpos ce­lestes. Ni siquiera es ciencia predecirlos, pues siendo movimientos de ritmo inamovible la sola observación de varias secuencias per­mite suponer que así conti­nuarán ocurriendo por los siglos de los siglos. Ciencia es explicarlos. Eso faltó por com­pleto en los pueblos americanos.
La derrota

Los pueblos de América produjeron arte, y de gran calidad, excepto en arquitectura, donde fueron tardíos (y su retraso se mide en mile­nios), además de pobres en técnica.

Pero no produjeron ciencia, y porque les faltó ésta no desarrollaron técnica, hija de la ciencia. Y sin técnica no vieron facilitada su vida cotidiana, y así permanecen sus descen­dientes más directos, por ser hijos no sólo de su sangre, lo cual no importaría, sino de sus ideas. Porque las conservan viven como lo hacían hace 1,000 años.

Y a esa forma de vida, entonces natural, hoy la llamamos miseria. Ellos no han cambiado, cambia­mos no­sotros y nuestras concepciones sobre la vida cotidiana.

Muchos humanos hemos dejado de emplear la sola fuerza de nuestros músculos para las tareas diarias porque éstas las realizan máquinas, primero movidas por agua corriente, luego por vapor, ahora por electricidad. La medicina moderna parte de explicar la enfer­medad como un producto de agentes no visibles por el ojo desnudo, explicación que de­bemos a Pasteur, apenas a mediados del siglo pasado. Sin esta idea no existiría el desa­rrollo de medica­mentos contra esos agentes de la enfermedad y seguiríamos em­pleando el único recurso: rogar a nuestro Dios, éste sí verdadero y no falso como los de otros pueblos, pero finalmente único dador de la salud.

Pero hubo un resultado más grave de esta ausencia tecnológica de los pueblos america­nos: fue que estuvieron inermes a la hora de la confrontación con las culturas europeas.

Habiéndose comido a los últimos caballos varios milenios antes de nuestra era, no sólo care­cieron de ese transporte, empleado por los pueblos asiáticos de manera directa al montarlos, sino que tampoco alcanzaron otro empleo más eficaz del caballo: como bestia de arrastre para carros, tanto de transporte como de guerra. Por supuesto conocieron la rueda, como bien lo comprobamos con la enorme rueda de ese relieve que llamamos “calendario solar”. Hicieron además pequeños coches con ruedas como juguetes para sus niños. Pero nunca pen­saron siquiera en la tracción humana.

Y las culturas, como las especies, se confrontan entre sí y sin re­medio sobrevive la mejor adaptada para las necesidades de ese momento. Defender a las perdedoras es una tarea destinada al fracaso: o se suman a la vencedora o desaparecen. Hay una tercera vía y es extraordinaria. Sólo conozco un caso: vencer al vencedor por otros medios que no son la confrontación directa. Es la vía griega. Dice el dicho: Grecia vencida venció al vencedor.

Luego de ser vencida por Roma en el año 190 antes de nuestra era, tras la derrota de Magnesia, Grecia se convirtió en lugar de peregrinaje obligatorio para todos los arquitec­tos romanos, los escultores y pintores allá se formaban, no se podía ser escritor romano de me­diana calidad sin dominar perfectamente el griego y la literatura griega desde Ho­mero en adelante. Ningún filósofo romano podía prescindir de la lectura de Platón y Aris­tóteles.

El idioma griego era el medio de comunicación entre la gente culta del imperio romano. No dominarlo era tan vergonzoso como fue en el Renacimiento no hablar latín, en el siglo pasado no hablar francés y ahora no hablar inglés. Convertida en provincia romana en el año 148 antes de Cristo, ya Roma hacía mucho que era una provincia inte­lectual de Grecia. Eso significa “Grecia vencida venció al vencedor”.

Pero las culturas americanas no podían ni soñar con vencer a In­glaterra, España, Francia o Portugal.

La razón es una y una sola: no habían conseguido alcanzar la idea de que la naturaleza tuviera explicación en sí misma, de que los fenómenos físicos no se rigieran por el azar ni por el capricho de los dioses, sino por leyes internas que era posible desentrañar por me­dio de la observación. No tuvieron un Aristóteles y eso sí, lo creo sinceramente, es obra del azar. No del azar sin rumbo alguno, sino del predispuesto por hechos anteriores. Aristóteles no habría sido quien fue de no haber contemplado el mundo sobre los hom­bros de gigantes, como diría Newton de sí mismo, dos mil años después, para explicar sus asombrosos descubrimientos. Aristóteles tuvo a Platón y éste al espíritu de los filóso­fos jonios, de Pitágoras, de Tales.

Pero estos grandes del pensamiento no hubieran fructi­ficado si no hubiera nacido un hombre como Aristóteles. Mozart no habría compuesto lo que compuso sin la previa determinación de la escala diatónica que rige a la música de Occidente y que Bach puso a prueba con su monumental El clave bien temperado. Pero sólo Mo­zart pudo llevar la música hasta donde él la llevó. Así ocurre tam­bién con el pen­samiento. A cualquiera se le contamina una laminilla con pelusa blancuzca.

No cualquiera descubre en esa pelusa al primer antibiótico, la penicilina. Para eso se debe tener la altura científica de Alexander Flemming.

La flecha de la inmigración

¿Hay culturas mejores que otras? Los científicos sociales dicen que no. La gente dice que sí. Las culturas que ofrecen a sus miembros una mejor calidad de vida están señaladas por notorias flechas que apuntan hacia ellas. Son las flechas de la inmigración. Contra la opinión de los expertos relativistas, que predican en sus cátedras la igualdad de las cultu­ras, la gente piensa distinto, quizá porque no los lee ni asiste a sus cursos universitarios. La población mundial muestra una muy clara movilidad: del campo a la ciudad, de los paí­ses pobres a los ricos.

Nuestros indios se van a Oaxaca, luego a la ciudad de México, y no pocas veces a California.

Esta corres­ponde con una pequeña cuota de californianos educados y decep­cionados, que viajan a regiones indias en busca del paraíso perdido y recitan a los indios los preceptos del desarrollo: no comerás azú­car refinada, sal en abun­dancia, carnes rojas, conservas, verduras ni frutas de perfección contranatura por efecto de plaguicidas y ferti­lizantes. Todo ello altamente nocivo para tu salud.

Pero el hecho es que la prédica californiana es poco efectiva. Se despachan unos hongos y regresan a San Francisco, donde en­cuentran a los mismos indios, sobre todo en el valle de San José, y observan con desaliento que han abandonado su sana dieta de alimentos naturales, recogidos a mano en la selva, y se regodean consumiendo hasta latas de alto contenido en conservadores.

La flecha de la inmigración indica el flujo humano hacia las culturas consideradas mejores por quienes no han logrado que sus culturas propias los satisfagan. No es la antropología quien define las mejo­res culturas, sino la gente al elegir destino. El agua fluye hacia te­rrenos más bajos aunque contradijera alguna teoría en contrario. La inmigración hace otro tanto y así señala cuáles culturas son vistas como deseables por quienes están inconfor­mes con la suya propia.

La prédica relativista e igualitaria se ve negada, en los hechos, por las balsas cargadas de inmigrantes ilegales que van de Africa a Europa, los agujeros en el muro de metal levantado por Estados Unidos para detener el flujo de mexicanos, los desesperados que acaban muertos en el desierto de Arizona, los negros que llegan a Pa­rís, los indios que prefieren las calles de la ciudad e México, los indios más atrevidos que llegan hasta los campos de cultivo esta­dunidenses. Todos dejan atrás su casa, sus pocas propiedades, hasta su idioma y por supuesto sus costumbres. Se dirigen en el sen­tido de las flechas de la inmigración, hacia las culturas que han dado libertad y bienestar a quie­nes las crearon y las disfrutan.

Es el reconocimiento del fracaso propio. Es pedir al vecino cobijo cuando la casa mal construida por nosotros se nos derrumba. Es sólo una respuesta ideológica, que exige ignorar todas las eviden­cias, la que afirma la igualdad de todas las casas.

Es, curiosa­mente, una respuesta elaborada en las culturas hacia donde se dirige la inmigración. En las aulas de Nueva York y de París es donde se escuchan teorías que parecen formula­das para otro pla­neta. Los hechos indican que los indios abandonan, en cuanto pue­den, sus formas de vida. Lo hacen porque son usos y costumbres que, en sí mismos, por sí mismos, son productores de pobreza. La cultura de la pobreza existe y son las ideas, usos y costumbres que han creado pobreza porque ignoran la forma en que la naturaleza trabaja para producir riqueza. Ignoran que hay leyes de la vida ve­getal y animal, que la enfermedad tiene sustratos físicos, que la naturaleza no está dirigida por seres a quienes debemos pleitesía, sino por leyes que pueden proporcionarnos una mejor calidad de vida en nuestro breve paso por la existencia. Esa sencilla noción es la ciencia.

Nuestros indios o emplean electricidad o no la emplean. Si lo hacen deben aprender a producirla, para lo cual son necesarias las herra­mientas intelectuales que sus culturas no inventaron. Así dejarán de ser culturalmente indios. Se convertirán en otro tipo de huma­nos, como las especies que cambian, forzadas por las nuevas circuns­tancias, y sólo so­breviven siendo otra cosa.

Esto es: a fin de cuen­tas no sobreviven. Si no emplean electri­cidad, si se niegan a em­plearla (lo cual no están haciendo, para decepción de algunos “indi­genistas”), les espera la “reservación india”, donde guarden su pu­reza mientras las enfermedades acaban con ellos, ya no cultural, sino físicamente, pues su medicina tam­poco ha encontrado la ex­plicación causa-efecto que nos enseñó Pasteur.

Otras alternativas no hay y estas dos llevan a la desaparición de la especie o de la cultura derrotada, sea porque se transforma o porque sus miembros se extinguen.
El recuerdo
Nos quedarán no sólo el recuerdo, sino muchos elementos de las culturas indias absorbi­das por la cultura general del país: algunas expresiones como “guajolote” y “mitote”, cier­tos elementos de deco­ración que ya no son ni siquiera por completo indias, sino producto del mestizaje. Lo “indio” que vemos es una caricatura, como esos danzantes que bailan en el Zócalo y en la Villa de Guadalupe con penachos de plumas de avestruz, ave afri­cana, calzones como ellos se imaginan que usaron los aztecas y lo que es peor: ojos ver­des y cabellos castaños. O es un refinamiento, como esa vajilla de barro, hermosa y carí­sima, hecha en Oaxaca, con el magnífico buen gusto de una señora de apellido alemán.

Los platos verdaderamente he­chos de barro por verdaderos indios siguen siendo baratos y chuecos.

Da vergüenza, y pena, ponerlos junto a una porcelana inglesa. Se ven como la choza de varas junto a Versalles.

De nuevo, la ex­plicación es la ciencia. Para un simple plato comercial Villeroy et Boch colaboran decenas de técnicas procedentes de todas las ciencias, a excepción de la astronomía.

Si hoy podemos trabajar menos horas para comer, y emplear más tiempo en el desarrollo propio, es porque podemos entregar nuestro trabajo elaborado en una computadora pro­vista de un programa eficaz. Son muchas las ciencias que confluyen para ese resultado.

Ninguna fue creada por alguna cultura india. Esa es hoy su gran contradicción: que de­sean los bienes, pero ignoran cómo se produ­cen. Y no sólo cómo, sino los antecedentes mismos del cómo: la idea de que la naturaleza se explica por leyes internas, que le son propias, y no por fuerzas ajenas, misteriosas y, sobre todo, azaro­sas, casuales, acciden­tales, unas veces benignas y otras malignas.

Esa idea, la de una naturaleza creada por leyes y regularidades, tan extraordinaria en su simplicidad, que apareció como flor en el de­sierto en la costa jónica del Egeo en el siglo VII antes de nuestra era, nunca surgió en las culturas que en todo el globo terráqueo hoy se extinguen entre los piadosos esfuerzos de quienes salvan tam­bién focas y ballenas. No hay remedio: si han de vivir los individuos, las culturas productoras de pobreza habrán de desaparecer.

La única forma de que no se extingan es la reservación donde artifi­cial­mente se les mantenga ajenas al exterior. Y ésa es otra forma de extinción.

Luis González de Alba.
Escritor y periodista.
Su más reciente libro es Los derechos de los malos

MESOGRAFÍA
Fuente: GUILLÉN U. Ulises Humberto. (2004). Antología de antropología. México: Universidad de Cuautitlán Izcalli. P. p. 291-298.